Por: JAIME VÉLEZ GUERRERO
Desde una óptica jurídica, resulta imprescindible poner en marcha un sistema férreo ultrarrápido, con capacidad para alcanzar los 350 km/h, que ofrezca una interconexión efectiva entre las tres capitales e integre plenamente a la región en el desarrollo mundial. Cualquier alternativa de menor alcance implicaría un retroceso social y económico.
Es previsible que ciertos sectores vinculados al transporte convencional expresen resistencia frente a esta plataforma ferroviaria. Sin embargo, su ejecución constituye una prioridad esencial en materia de movilidad y progreso regional. En este panorama, la conformación de veedurías ciudadanas surge como un mecanismo indispensable para garantizar la transparencia y ejercer control sobre la gestión del programa.
La consolidación de la red férrea no debe entenderse únicamente desde la óptica de la circulación, sino como una apuesta integral orientada a la modernización, la competitividad y la equidad territorial. Su adopción recortaría los tiempos de desplazamiento y dinamizaría, particularmente el turismo, la industria, el comercio, la vivienda y la educación. En tal contexto, Barranquilla se posicionaría a gran escala.
Por otra parte, la versatilidad del sistema bala, apto para el transporte simultáneo de pasajeros y carga, lo convierte en un elemento fundamental para el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental. Su operación no solo reduciría las emisiones contaminantes, sino que también elevaría la calidad de vida de la población al proporcionar una alternativa de movilización moderna, segura y eficiente.
La cultura del tren rápido debe ser promovida e incorporada en la comunidad mediante procesos educativos que abarquen desde la formación básica hasta la superior. De igual modo, es vital fomentar la conciencia colectiva en torno a este modelo, que representa una opción de transporte coherente con las demandas de actualidad al integrar tecnología y responsabilidad ecológica.
En términos generales, la implementación de este sistema no solo constituye una necesidad técnica, sino también un compromiso público y social con el futuro de la costa norte colombiana. Renunciar a su ejecución equivaldría a perpetuar el atraso y desaprovechar una oportunidad histórica para convertir la zona caribeña en un eje de innovación y bienestar humano.




