Hace pocos días, la revista Semana publicó un supuesto informe de la DEA, que revelaba que en varios lugares de los departamentos del Atlántico y Bolívar existen centros de acopio de cocaína, denominadas “narcobodegas”. Con relación a esto, puedo afirmar sin titubeos que dicho documento no es verídico, pues hasta el momento no existe físicamente, ni tampoco hay un comunicado oficial por parte de esta entidad federal ni de la policía.
Lo cierto es que, actualmente, la revista Semana de Colombia ostenta una pésima reputación en el ámbito digital, y por tal motivo va cuesta abajo sin retorno. Sin duda, en otrora se erigía como un medio periodístico de referencia en el país por su ideología progresista. Además, sus columnas eran escritas por una buena gama de periodistas de opinión, que no temblaban cuando denunciaban actos de corrupción
Reitero que el informe de la narcobodega es una falacia, ya que no existe evidencia de que haya sido extraído de la DEA ni de las autoridades policiales colombianas. Como lo he afirmado con conocimiento de causa, el supuesto escrito carece de carácter confidencial, pues todo lo que se puede palpar en este documento no muestra nada nuevo en el mundo del narcotráfico en la costa norte de Colombia. En la supuesta operación, también se desconoce si hubo arrestos de los miembros de la organización delictiva o incautaciones de clorhidrato de cocaína. Por lo tanto, hasta que no se muestre el dossier de la DEA, es razonable mantener un grado de escepticismo.
Desde la óptica de la criminología crítica, cuestiono radicalmente el supuesto informe relacionado con la narcobodega publicado por la sensacionalista revista Semana, que podría tener un tufillo de falta de autenticidad. Es trascendental dar respuesta a estos interrogantes: ¿Qué intereses políticos y económicos podrían estar detrás de esta información? ¿Existe evidencia concreta y verificable que respalde el documento presuntamente extraído de la DEA?
Es conocido que el espectro político de la revista Semana contra las drogas ilícitas es eminentemente militar y policial, enfocándose en la criminalización de ciertos grupos sociales para beneficiar su actividad comercial. En los últimos años, esta ha sufrido una baja vertiginosa, dirigida al fondo. El medio debería profundizar en las causas de la producción y el perjuicio que generan a las comunidades vulnerables, eludiendo investigar las raíces de este fenómeno social, como la pobreza y la falta de oportunidades.
Este medio periodístico es supremamente propagandista y solo mira los intereses de su propietario, el grupo Gilinski, sin tratar de forma integral la problemática social del narcotráfico, como la rehabilitación, la educación y el crecimiento económico. De igual manera, contribuye al etiquetamiento de individuos que alguna vez fueron víctimas del Estado por transgredir leyes relacionadas con el tráfico internacional de drogas ilegales.
La revista está recurriendo a métodos reprochables para atraer la atención de la audiencia, lo cual podría considerarse una forma de violencia simbólica y un abuso. Este estilo de comunicación distorsiona la percepción social y desinforma al público, lo que puede tener consecuencias graves tanto a nivel individual como colectivo. Desde la ciencia criminal, es esencial analizar y cuestionar estas prácticas mediáticas, ya que no solo afectan la comprensión de los hechos, sino que también perpetúan dinámicas de control y dominación.
Solo falta bajar el telón de la obra dramática denominada ‘La Narcobodega en el Caribe’. En este acto final, se debe sacar a luz el cerebro que ideó el guion de tan intrincada trama y el beneficiario que ha obtenido ganancias de esta representación escénica. Detrás de bambalinas, hay actores ocultos que han orquestado cuidadosamente todos los movimientos, y ahora es el momento propicio de desenmascararlos y descubrir la verdad oculta tras las cortinas.
Por: JAIME VÉLEZ GUERRERO